El silbido que mató el amor. Michael Houllebecq escribió en Ampliación del Campo de Batalla que la mujer analizada es la mujer más mezquina y egoísta que existe y que el psicoanálisis no de-construye sino que destruye todo lo sano y puro que existe en el ser humano. Ello me hizo recordar el ejemplo más nítido y cercano que conocí y que respaldaba esta afirmación. Siempre que la veía pensaba: "¿Qué diablos hizo con su vida?" Los sábados por las mañanas solía acompañar a mi madre a su casa en una especie de visita que se repetía bastante. Allí sentado en la cocina mientras se tomaban un café, se podía escuchar un dulce silbido que, para cualquier distraído, hubiese sido un Jilguero. Pero no, nada más lejos. Era el llamado que él le hacía a ella para que le llevase el desayuno a la cama. Belarmino era un tipo alto, de tez morena y bigotes al estilo francés del siglo XVIII. Su cara era delgada y su pera puntiaguda; sus ojos, parecían dos planetas caíd...
En Adalberto Gandulfo residía el anhelo de contemplar la llanura inconmensurable, de posar sus ojos en el horizonte infinito de La Pampa. Sus raíces criollas no se habían evaporado con el paso del tiempo, y como el perro que abandona la casa de su dueño para morir, él lo hacia para encontrar su vida. Su tatarabuelo, José Fructuoso Rivera, fue uno de los más célebres baqueanos que dio el Río de la Plata. Adalberto aún conservaba los dones del oficio, pero la vida no le daba la oportunidad de mostrarse, ya no había ni pampa ni llanuras. También llevaba la música en la sangre; herencia de los Gandulfo. Se vistió de manera cómoda, sin pensar en mujeres, ni en espejos. Una boina, alpargatas, su bombacha; y emprendió nomas el viaje . Manejaba sereno y en una de esas miradas al espejo retrovisor, comprobó como desaparecían las ojeras que lo acompañaban desde hacía una década, cuando creyó que entrar a aquel bufete de abogados, iba a cambiarle la vida. Estaba saturado de los “ casua...