El silbido que mató el amor.
Michael Houllebecq escribió en Ampliación
del Campo de Batalla que la mujer analizada es la mujer más mezquina y egoísta
que existe y que el psicoanálisis no de-construye sino que destruye todo lo
sano y puro que existe en el ser humano.
Ello me hizo recordar el ejemplo más
nítido y cercano que conocí y que respaldaba esta afirmación. Siempre que la veía pensaba: "¿Qué diablos hizo
con su vida?" Los sábados por las mañanas solía acompañar a mi madre a su
casa en una especie de visita que se repetía bastante. Allí sentado en la cocina mientras se tomaban un café, se podía escuchar un dulce silbido que, para cualquier distraído,
hubiese sido un Jilguero. Pero no, nada más lejos. Era el llamado que él le
hacía a ella para que le llevase el desayuno a la cama.
Belarmino era un tipo alto, de tez morena
y bigotes al estilo francés del siglo XVIII. Su cara era delgada y su
pera puntiaguda; sus ojos, parecían dos planetas caídos de su órbita
sostenidos por el último resquicio de gravedad. Su paso era cansino, y sus
piernas tan flacas como las de una garza.
Mariana tenía una mirada encendida y
cuando miraba a Belarmino no había duda de que estaba enamorada. Si bien
llevaba ese corte de pelo que las mujeres de edad prefieren, su cuerpo aun
respiraba la vitalidad de la juventud; la firmeza de las carnes; el brillo del
color tostado y la exuberancia. Cuando escuchaba el silbido de su marido, se
sonreía y marchaba presurosa con la bandeja en las manos: "Ya voy
pichi!", gritaba con dulzura.
Belarmino era un tipo algo inmaduro, pero
no aniñado, ya que era recio en su presencia y en su hablar se parecía a esos
jóvenes hormonalmente aún no equilibrados. No escatimaba en comentarios de su
vida sexual, pero no en detalles explícitos ni groseros, sino en la
satisfacción que lo envolvía, siempre transmitía un estado general de satisfacción.
En muchas ocasiones, asados, navidades o cumpleaños solíamos tener de compañero a Berlamino, quien por su carácter prefería hablar con los jóvenes. Para mi era bueno tener un amigo mayor al que
poder acudir para ser asesorado en temas femeninos. En mis primeros tiempos, el
mejor consejo de Belarmino para acostarme con una chica era simplemente
acercarte a ella y decirle al oído: "Te quiero hacer el amor". Yo
reía a carcajadas. Él estaba convencido de la eficacia de su asesoramiento.
Belarmino y Mariana eran un matrimonio
feliz.
Descubrir en qué momento esa armonía se
rompió para nunca más volver es como intentar descifrar la existencia del alma;
la prueba física del amor o la existencia del más allá. Sólo intuimos su
existencia pero nunca lo podemos probar. En una película que se
llamaba Contacto, una científica atea (Jodie Foster)
debatía con un pastor protestante (Matthew McConaughey) la existencia del más allá y la
imposibilidad de comprobar su existencia. Ella, como científica, se aferró a
sostener que solo existe lo que se puede ver o comprobar por
el método científico. Él le replicó: ¿Crees que existe el amor?
Ella dijo que sí. "Pruébalo", respondió de manera categórica dando fin a la
discusión. Hay cosas que sabemos que pasaron o fueron de determinada manera, pero no sabemos como explicarlo. Mariana tenía
alguna insatisfacción, escuchaba decir a mi madre, pero no era sexual,
Belarmino era un hombre dedicado con pasión a satisfacer a su amante y como el
hombre de las cavernas, tenía pocas preocupaciones: comer bien y acostarse
seguido.
La ruptura y la crisis se hizo presente. La duda es si
la insatisfacción brota como un manantial o alguien lo inocula allí donde no había
nada. ¿Un tercero? Sí, pero no ese tercero pronunciado en voz baja, como al
nombrar al diablo, no, era otro.
Las modas son sólo eso, algo abstracto,
frívolo, pasajero, destinado a sucumbir ante el poder del tiempo, pero durante
su vida se expande como un cáncer, sin razón conocida, aniquilando todo aquello
que está allí establecido con la segura parsimonia de aquello que debe ser o
que siempre fue. La convivencia de las parejas arrolló al matrimonio; la
libertad sexual a la castidad; la tontas fiestas fastuososas para casarse con
los encuentros íntimos familiares; los senos operados se transformaron en regla
y no vimos más pechos diminutos y el divorcio se convirtió en una solución no
en una enfermedad. Todo se hace como te dicen que es que se hace. Si a todos
los imbéciles se les ocurre que se entra a una fiesta de casamiento saltando
con un tema de moda y vos como un canguro tenés que saltar sólo ante la mirada
estúpida de tus invitados, simplemente lo harás. ¿Es la moda, estúpidos?, o, ¡No sean estúpidos!
Mariana comenzó a leer y a escuchar en las
radios que el psicoanálisis era necesario, que te daba plenitud y que te
liberaba, no se sabe nunca de qué. En París y Buenos Aires todo el mundo va al
diván. Mariana también fue. Pero, ¿lo necesitaba? ¿Qué buscaba? Todos buscamos
algo, pero cuando no sabes qué, vas al psicólogo y él te dirá qué debes buscar.
Son gurúes del mercado sentimental y si no eres infiel, debes serlo, y si lo
fuiste, debes perdonarte. ¿Tiene culpa? ¡No! Tranquila, una caña al aire se
perdona. ¿No te masturbas? ¡Vamos mujer! ¡Debes ser plena! Las consecuencias de
todo esto son una nueva mujer, creada en el diván psicoanalítico.
Los cambios en Mariana fueron bruscos y
repentinos. Al silbido de Berlarmino para tomar su desayuno comenzó a aparecer
una respuesta nueva: "Levantate". ¿No funcionaba bien el matrimonio
con ese silbido? Claro, de maravilla, pero el psicoanalista informó que esa
conducta era machista y degradante, quizás en estos días le hubiesen hablado de
violencia de género. "No eres una animal", le dijo la profesional. Nunca más le
llevo a su marido el desayuno, y lo que parecía un acto poco importante, hasta
trivial, pero que funcionaba, se convirtió en esa diferencia mortal, como una
pequeña grieta en la atmósfera que cambia todo el ecositema sin que nadie lo note.
¿El psicoanalista buscaba que el amor fluyese con mayor fuerza o le ponía
condiciones? ¿Que se busca con cortar esa conducta tan arraigada e inocente?
Las consecuencias de una moda, analizarse, se impuso.
Belarmino comenzó a preguntarme a mi, un
chico de quince años, qué podía hacer porque Mariana estaba cambiada. Ya no
sólo no le llevaba el desayuno sino que dejaron de tener sexo. Su rostro, a los
tres o cuatro meses de la terapia, comenzó a caerse, su sonrisa desapareció y
el silencio por las noches fue ensordecedor. Sin duda no había dialogo, pero en
vez de construirlo, se suprimió el único que tenían, el dialogo de los cuerpos.
El resultado del análisis es la amargura,
el egoísmo y la estupidez. El fin del amor es suprimir el yo por el otro, y esa
aniquilación del yo es incompatible con la exaltación del yo, de mis deseos, de
mis necesidades, que es la finalidad de las terapias presentes.
En aquel verano Belarmino alquiló una casa
en Brasil, cerca de la nuestra. Las expectativas de mis padres por lograr la
reconciliación era alta. Todos daban por hecho que se lograría, era solo un mal
pasajero, una crisis existencial. De a ratos se los veía bien, pero nada
reflejaba que hubiese recuperado la armonía..
Se llegó al final inevitable: la
separación.
"Esa psicóloga no se que le metió en
la cabeza pero me cambiaron a mi mujer", solía repetirme Belarmino. Se
debió mudar del barrio y dejarle la casa a Mariana, que ante sus amistades
parecía haber logrado una libertad e independencia que la hacía feliz.
Belarmino luchó hasta el último momento
por su matrimonio pero el germen ya estaba implantado. Los años le trajeron
otra mujer a quien no conocí; formó otra familia. Y Mariana quedó sola, sus
hijos se fueron del hogar y la soledad la envolvió como las hojas del roble
cada otoño tapan el techo de tejas de la vieja casa que hoy parece más vieja y
sola que nunca.
Hace unos días la volví a ver a Mariana
caminando por el barrio. Ya debe rondar los sesenta y pico. La libertad,
la independencia del patriarcado solo le trajo amargura. Camina sola, con paso
cansino y sin rumbo. Nadie la volvió a ver feliz. Desde aquel día que decidió
que el silbido no iba más, todo se perdió, ya no tuvo más razón su existencia.
Sólo debes verla caminar, como un ser sin sentido, repleto de
pensamientos contrariados y a la sola espera del final.
Y ese día, el último, sé que extrañará
aquel silbido.
Comentarios
Lei varios de tus cuentos, muy buenos todos.
Te felicito.