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Mostrando entradas de abril, 2010

Un día de suerte para Salaberry.

SEGUNDA PARTE Al lado de la oficina de Gomila existían otras dos que estaban cerradas. Una de ellas me la dieron a mí. El secretario me entregó la llave y me hizo aquel pedido extraño: “Entre y salga por ésta misma puerta que uso yo y no salude a nadie; ¿está claro?” No me quedaban claros las razones pero obedecí. Ahora tenía un ingreso exclusivo por otra puerta. No debía pasar por el mostrador y saludar, algo que mis padres me habían enseñado a hacerlo, y a hacerlo bien. Tenía un escritorio y una silla giratoria. Había algunos libros de derecho abandonados y llenos de polvo. Nadie golpeaba a mi puerta. Permanecí sentado sin hacer nada durante días. Dejar de pasear con mi carro me lastimó, le había tomado cariño. Recordé las lágrimas de los linyeras cuando morían sus caballos aunque aquí la ecuación era distinta: yo era el caballo y mi vida estaba dirigida por extraños. Me acostumbré a leer por las mañanas, mientras mateaba, a Ernest Hemingway. Sus cuentos mantenían una llama

Un día de suerte para Salaberry

PRIMERA PARTE Cuando salí del colegio creí librarme de esa tensión que me invadía al descubrir mi poca importancia en el mundo. Un tal Sócrates ya había dicho: “Solo sé que no sé nada”. Yo hubiese remodelado la frase: “Solo sé que no soy nada”. Y entiendo que Sócrates haya pensado de esa manera; él no debía estar preocupado por ser alguien; su ser estaba condicionado a la existencia. Hoy todo es diferente, con existir no alcanza; hay que poseer y eso determina quienes somos en realidad. Cuando entré a trabajar a los tribunales de justicia de la capital federal todos me llamaban a mis espaldas “El pinche”. Así era el sobrenombre de los impúberes granulientos, peinados con gomina y de rostro asustado. No recibíamos dinero, ni teníamos obra social; menos aún derechos. Descubrí que la tiranía de los profesores y de los padres era infantil al lado de la que ejercían mis jefes. Yo no era granuliento ni me peinaba con gomina. Tenía las patas flacas como un tero y la espalda angosta y