Siempre me han dicho que me calle si no sabía de lo que estaba hablando. Incluso en el colegio siempre me piden que preste atención, pero es muy difícil hacerlo porque detrás de mí se escucha un alboroto constante. Cuando me distraigo comienzo a hablar con mis compañeros, y como estoy sentado en el primer banco, debo darme vuelta para hacerlo; y es por eso que siempre me retan.
Detrás de mí, sólo dos filas, se sienta Amelié. Su nombre es raro porque no conozco otra persona con ese nombre en todo mi mundo, el que se compone de mis papás, mis hermanos y mi perro Homero; el almacenero Julio, mis vecinos Ana y Carlos; mis nueve primos, mis dos maestras y todos mis compañeros del sexto grado. De toda esa gente nadie se llama así ni remotamente.
Ella es una chica fabulosa, lo he escuchado decir muchas veces: “¡Amelié es grandiosa! ¡Es estupenda!”, murmuran en los recreos. Muchos dicen que los padres eligieron ese nombre por una película francesa, pero yo no la he visto. Creo que nunca hubiese visto una película llamada así.
En fin, ella me gusta mucho; pero apenas sabe mi nombre. Y si lo conoce será porque siempre la maestra me dice: “¡Jaime presta atención y cállate!”. No es que yo hable todo el tiempo; sólo a veces cuando una materia me interesa y algún tema me hace pensar en voz alta. Generalmente me gusta mucho cuando hablan de ciencia, meteoritos y estrellas. Entonces, sin darme cuenta, imagino que estoy en una nave espacial y miro por la ventana lo pequeño que es nuestro mundo y trato de decirle algo a mi familia que está lejos; y como no escuchan, entonces levantó mi voz y ahí es cuando me retan y vuelven a decirme: “Jaime, callate y prestá atención”
Amelié tiene unos ojos grandes, redondos y de un color claro, su pelo es brilloso, y bajo el sol, resplandece; su piel està siempre tostada. Una vez a la salida del colegio vi a su madre y me pareció que no era tan atractiva. Mamá siempre me dice que las hijas con el tiempo se parecen a sus madres, pero para que ella llegue a ser tan grande falta mucho tiempo y por el momento no tengo tanta capacidad de imaginación; ¡Claro, sin contar lo de la nave espacial!
En los recreos ella siempre está parada en el centro del patio. Muchos chicos van a hablarle, le llevan caramelos o chupetines que compran en el kiosco y hasta hay una chica que le toma de sus trenzas y la peina. Amelié nunca mira a los ojos a nadie.
La verdad es que yo estoy embobado con ella, pero no soy el único. Existe un chico de mi clase que también lo está; se llama Moisés.
Ha recibido muchas burlas por llamarse así. Papá siempre me explica que ese nombre lo llevaba alguien muy importante y que yo debo respetarlo, que es como un hermano mayor para todos nosotros. Papá siempre dice cosas extrañas como éstas, pero bueno, sabe muchas otras cosas más que yo no sé. Moisés se sienta en la última banca del aula y está siempre solo. Me doy cuenta que mira atontadamente a Amelié durante todas las clases, y si ella se da vuelta para mirar hacia la ventana, porque un pájaro se posó sobre ella y aparece el reflejo sobre el pizarrón, él estira su cuello como E.T y trata de que note su presencia.
Una mañana observé que antes de salir de la clase hacia el recreo Moisés dejó una carta sobre su pupitre. Al volver del recreo me encontré con que ella estaba leyendo la carta. Mientras sus ojos iban de margen a margen como en un partido de tenis, su rostro se contrajo. Después comenzó a resoplar, que es lo que hace cuando está enojada. Sus compañeras, al ver el efecto que la lectura le producía, le tomaban la mano y llevaban la carta hacia sus ojos para leerla también. Todas reían a carcajadas. Moisés estaba acurrucado en un rincón muerto de vergüenza. La carta fue pasando de mano en mano y todos se burlaban y ponían cara de desaprobación. La carta me llegó a mí y no pude evitar echarle una miradita. Decía así:
Amelié:
Mis papás no lo saben pero quiero casarme con vos. Yo sé que no soy lindo, ni juego bien al fútbol y que todos en la clase me ganan peleando. No sé si sabes que existo pero me siento muy atrás en la clase. Desde el primer día que te vi quise que nos casemos, sé que somos chicos pero estoy dispuesto a esperarte. Hay un solo problema. Papá dice que si no sos judía no puedo casarme con vos. Pero cuando sea grande quizá no deba obedecerle. Aunque si vos te querés hacer judía todo va a ser más fácil.
Me gustaría poder sentarme con vos más adelante y poder hablar con vos un poco màs o sólo que me mires de vez en cuando. A la noche pienso en vos todo el tiempo e imagino que al salir del colegio te acompaño hasta tu casa y caminamos juntos.
No te enojes por esta carta, pero cada día que pasaba sin decirte estas cosas me costaba más y más respirar. Hoy estoy más tranquilo.
Te quiero
Moisés Jakubovich
Después de ese episodio toda la clase hablaba sobre el asunto. Cuando la profesora partió, Amelié se levantó de su banco. Todos se callaron, como si una reina fuese a decir algo. Se encaminó hacia Moisés y le gritó: “¡Judío de mierda, no me molestes más!” Y entonces del rostro de Moisés brotaron lágrimas. El resto de los compañeros rió una vez más. Ella se sentó nuevamente y yo me quedé mirando a Moisés. Repentinamente, como por un acto de magia, ella me dejó de gustar. En realidad, para mí seguía siendo linda. Pero ya no sentía ese ardor en mi interior. La carta quedó allí abandonada. Y yo, por curiosidad, me la robé.
Fui a hablar con Moisés. Me acerqué y le dije que no les hiciese caso; que él era valiente por haber declarado su amor. A partir de ese día nunca más se separó de mí. Me seguía a sol y sombra. Yo no miraba más a Amelié, pero él estaba siempre hurgando en el patio para ver donde estaba.
El tiempo pasó y ahora estoy en primer año. Moisés se fue el año pasado a vivir a Israel, en una ciudad cercana a Palestina. Una tarde calurosa, un hombre llevaba encima una bomba y se le explotó encima. Murieron cuarenta personas en el bar. Allí desayunaba la familia Jakubovich. Moisés tenía doce años.
La noticia fue dada cuando ingresamos al colegio el día siguiente. Cuando lo dijeron me puse muy triste. No pude evitar observar a Amelié cuando daban la noticia. Ella se miró las uñas. Luego sacó una lima y se la pasó por cada una de ellas. Suspiró y miró hacia el cielo. Su rostro mostraba un aire de superioridad que me pareció muy cruel. Aunque yo; prefiero pensar que en ese momento que miró hacia el cielo quiso decirle algo a Moisés, porque en algún lugar de su alma siempre sabrá que lo hirió con sus palabras.
Yo nunca más me fijé en ella. Ella sigue siendo esa chica de piel tostada y ojos claros que seduce a muchos chicos. Pero para mi gusto se mira mucho el pelo y las uñas; y aunque no parezca, también el ombligo. La carta de Moisés está guardada en una caja. Allí quedará por siempre, aunque no estaba dirigida a mi, creo que yo apreciaré más sus sentimientos que Amelié. Por eso, me prometí leer la carta en voz alta cada aniversario de su muerte, para que algo de él quede en este mundo.
Comentarios
te vamos a leer, siempre.
Hace cien años que esperàbamos este blog, papà.
Un abrazo desde Luanda (Juan Luanda),
J. P. B.