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Adalberto, una guitarra y Quiroga.

En Adalberto Gandulfo residía el anhelo de contemplar la llanura inconmensurable, de posar sus ojos en el horizonte infinito de La Pampa. Sus raíces criollas no se habían evaporado con el paso del tiempo, y como el perro que abandona la casa de su dueño para morir, él lo hacia para encontrar su vida. Su tatarabuelo, José Fructuoso Rivera, fue uno de los más célebres baqueanos que dio el Río de la Plata. Adalberto aún conservaba los dones del oficio, pero la vida no le daba la oportunidad de mostrarse, ya no había ni pampa ni llanuras. También llevaba la música en la sangre; herencia de los Gandulfo. Se vistió de manera cómoda, sin pensar en mujeres, ni en espejos. Una boina, alpargatas, su bombacha; y emprendió nomas el viaje . Manejaba sereno y en una de esas miradas al espejo retrovisor, comprobó como desaparecían las ojeras que lo acompañaban desde hacía una década, cuando creyó que entrar a aquel bufete de abogados, iba a cambiarle la vida. Estaba saturado de los “ casua...